Una obra maestra de la etapa sevillana de Velázquez.
Diego Velázquez
España, 1618
Museo: National Gallery of Scotland, Edimburgo (Reino Unido)
Técnica: Óleo (100,5 x 119 cm.)
Velázquez, con 19 añitos, nos presenta El bodegón: Una cocina iluminada con fondo en penumbra (ahí no se puede negar la influencia de Caravaggio en el sevillano…) y dos figuras de clase popular (joven y vieja, muy distintos de los reyes y dioses que pintaría después), pero sobre todo una sucesión de objetos que maravillan por su singularidad.
Cada objeto del cuadro tiene sus distintas texturas, matices y esencias… Cada uno su vida propia.
El genio de la pintura tiene incluso el detalle de distorsionar un poco la perspectiva para que veamos lo que hay sobre la mesa (y eso en el barroco no era lo habitual precisamente).
Hasta esos huevos friéndose (o cociéndose, o escalfándose… todavía no hay una sesuda y definitiva teoría al respecto) parecen estar vivos dentro del cuadro: logra mostrar el proceso de cambio por el cual la transparente clara del huevo crudo se va tornando opaca al cuajarse. (Según palabras de Giles Knox, de la Universidad de Indiana)
Las personas del cuadro casi parecen también objetos. Lo digo porque parecen haberse quedado inmovilizados, y Velázquez los trata con el mismo distanciamiento y objetividad que a la cebolla o al cesto colgando del techo.
Lo cierto es que Velázquez estaba un poco enfadado porque el género del bodegón era desdeñado por los teóricos en esos años precisamente por carecer de «asunto» (el más bajo escalón del arte…, decían), así que el pintor quiso dignificarlo de esta impresionante manera. Y conociendo a Veláquez es más que seguro que este cuadro tiene «asunto», y de los gordos.
Llegada de «Vieja friendo huevos» a Edimburgo
El por qué «Vieja friendo huevos» está hoy en Edimburgo se debe a que el pintor David Wilkie lo compró casi como una baratija en la Sevilla de 1827 y lo vendería en Londres por 40 libras. Tras pasar por las manos de varios viejos y acartonados millonarios británicos, la National Gallery compraría la obra por 57.000 libras en 1955.
Hoy su valor es incalculable.
Una vez más, los huevos y el arte íntimamente ligados. Nuestro gran pintor sevillano Diego Rodríguez de Silva y Velázquez firmó este cuadro con tan sólo 19 años, dos antes de emprender su primer viaje a Madrid con el objetivo de abrirse camino en la profesión y entrar al servicio del rey de España, el jovencísimo Felipe IV (del que sería pintor de Corte a partir de 1623).
El muchacho del cuadro es uno de esos pícaros que frecuentaban la Sevilla populosa y rica de la época, la ciudad más abierta y cosmopolita de todo el Imperio por aquel entonces, pues gozaba del monopolio del comercio con América. Es un claro exponente de las novelas costumbristas del Siglo de Oro, como las Novelas Ejemplares de Cervantes o El Lazarillo de Tormes, de autor desconocido.
Velázquez, ya en aquellos años de juventud, borda las presentaciones del natural y consigue dotar de un realismo increíble al cuadro, recurriendo al entonces innovador artificio del claroscuro.
Entre los artistas del XVII era muy común plantear adivinanzas y enigmas en sus obras, y esta “Vieja friendo huevos” no es una excepción.
También los bodegones –aunque para los críticos era un género menor, no así para el público sevillano- escondían enseñanzas morales profundas, sobre todo relativas al paso inexorable del tiempo y la caducidad de la existencia terrenal.
Esta moraleja se aprecia incluso en la composición de este cuadro: la anciana (que simboliza la proximidad de la muerte) está sentada frente al niño, que tiene toda la vida por delante. Juventud y vejez en profundo contraste.
Pero en medio están los huevos, que según los estudiosos es símbolo de regeneración: de la vida que nunca cesa.
Quedaría por tanto la esperanza de la perpetuación del hombre a través del paso de las generaciones.